LOS HOMBRES ROTOS
Prefacio para Los Hombre Rotos de Carlos Roa Hewstone
Estamos frente al segundo libro que Carlos Roa Hewstone ha redactado fuera de la academia, quien ha cultivado distintos géneros en su escritura, tales como la poesía, la filosofía, el ensayo y la prosa literaria, manteniendo siempre estas formas en balance, inter-relacionándolas y dejándolas comunicarse. Este segundo poemario, titulado Los hombres Rotos, se trata -según mi apreciación- de una obra notable de la poesía actual. Cuando conocí al poeta, hace unos veinte años atrás, deslumbraban ya las luminosidades ígneas de sus composiciones, poemas que apenas algunos afortunados leyeron, escritos en llamas que, paradójicamente, jamás vieron la luz. Lo cierto es que desde entonces han vuelto a brillar sus cánticos incendiarios y sus poemas en llamas. El autor de La ciudad Ardiendo a ardía una vez más. Así nos dice en Los hombres rotos:
Bailamos y ocupamos la cabeza en nada. Los ojos nos los quemó el humo y los tenemos en llamas, y solo dan a luz pájaros de llamas y humo. Algo se rompió en nosotros y fuimos rápido hacia ningún lugar.
Con el fuego del poema, quemaba, pugnaba y extinguía, alumbraba y entibiaba su entorno, transformaba como el fuego de Heráclito, sintetizando la vida y la muerte, la guerra, la pugna entre las fuerzas opuestas. Así arden los poemas de Carlos, mostrándonos el carácter efímero y circunstancial de las cosas. Dejando ver, por un lado, cómo el lenguaje se gasta y desgasta y, por otro lado, mostrando cómo la palabra muda y transmuta, creando nuevos significados que a su vez también caducan, transitorios y sujetos -como todas las cosas- al tiempo, como en el poema “Los Hombres Reunidos” del libro Los Hombres Rotos.
El autor ha habitado en ciudades en llamas, ha vivido en lugares resquebrajados, en ciudades sacudidas regularmente por sismos y temblores, ha estado ahí mientras los asentamientos humanos se destruían durante los terremotos. Carlos proviene de Cartagena, ese litoral quebrantado donde han habitado tantos hombres, mujeres y perros rotos, entre ellos algunos colegas de oficio, como Vicente Huidobro, Pablo Neruda, Adolfo Couve y Nicanor Parra. Pero también de borrachos, seres agrietados por dentro y por fuera, además del transeúnte normal que también está rajado. Santiago, Valparaíso, Cartagena, se llaman algunas de las ciudades ardiendo, lugares rotos repletos de seres rotos y retorcidos, urbes jamás quietas, llenas de espíritus trizados, de morales quebradas, de ánimos hendidos, escindidos casi todos sus habitantes entre mente y cuerpo, divididos entre diestra y siniestra,
unos contra otros y cada uno contra sí mismo, entre cielo y tierra, entre bien y mal, entre cima y sima...como nos describe el poema “La Ciudad Ardiendo” del libro La Ciudad Ardiendo:
La palabra “roto” tiene también otra acepción, significa soez, mal educado, grosero. He ahí el caldo de cultivo del poeta, la fuente de sus inspiraciones, el designio de su origen y la deliberación consciente de explorar en sus reflexiones poéticas los distintos quiebres del habla. Esta experiencia abarcadora, la vivencia disímil y diversa constituyen al poeta. El haber sido directa o indirectamente tanto el erudito como el borracho, tanto el académico como el roto.Ese doble origen, al que aludía Nietzsche en su libro Ecce Homo, es aquello que le permite al poeta emplazar la escritura como un puente entre los distintos mundos que habita. Ya que él no sólo vive en el cosmos ideal, platónico, regido por la lógica, las matemáticas perfectas y las geometrías sagradas; ese mundo del orden profesional y académico, sino que el poeta vive también en el reino sensorial, mundano y brutal, dondedesde ya el lenguaje se disuelve ante la inefabilidad de una emoción o un sentimiento... precisamente es allí donde lleva al lenguaje el poeta; a sus limites más intrínsecos; ahí donde la deducción, inducción o abducción no bastan para exponer satisfactoriamente las inflexiones literarias. Y es que el lenguaje para la poesía también está roto y queda al descubierto su inconsistencia e incapacidad de comunicar en estado puramente analítico.
Cada poema de Los Hombres Rotos se nos ofrece como un portal a esos planos de existencia. Nos entregan la experiencia de esa rotura, de ese quiebre humano: el hueco lógico, el barranco, el precipicio y la propia caída en su interior... Las sombras en medio de luces y colores, el silencio entre los versos, y la muerte como parte de la vida, nos dejan visualizar al poeta como a través de ventanas narrativas. Sus poemas, como dispositivos, transportan a otros planos del sentido, dan cuenta de la presencia omnipresente de la ausencia. Y la palabra lapidaria va nombrando y tomando despedida de los seres y las cosas. El fuego consume la carne y las letras rotas de los hombres rotos, poniendo de manifiesto la sensación constante de una carencia subyacente a todo, y su ejecución verbal de esta experiencia se plasma en esta obra.
Cada poema de Los Hombres Rotos se nos ofrece como un portal a esos planos de existencia. Nos entregan la experiencia de esa rotura, de ese quiebre humano: el hueco lógico, el barranco, el precipicio y la propia caída en su interior... Las sombras en medio de luces y colores, el silencio entre los versos, y la muerte como parte de la vida, nos dejan visualizar al poeta como a través de ventanas narrativas. Sus poemas, como dispositivos, transportan a otros planos del sentido, dan cuenta de la presencia omnipresente de la ausencia. Y la palabra lapidaria va nombrando y tomando despedida de los seres y las cosas. El fuego consume la carne y las letras rotas de los hombres rotos, poniendo de manifiesto la sensación constante de una carencia subyacente a todo, y su ejecución verbal de esta experiencia se plasma en esta obra.
Marcelo López Betancourt. Portugal.
Músico y escritor.
Licenciado en filosofía y educación en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
becado en la Universidad de Munich, Alemania (Ludwig Maximilians Universität München)
Master en filosofía y pedagogía en la Universidad de Kiel, Alemania (Christian Albrecht Universität zu Kiel).