HILDA JORQUERA. ENTRE ARTE Y ARTESANÍA
Habitualmente, entendemos por artesanía la producción de un objeto hecho con fines funcionales o decorativos, según unas normas definidas que permiten distinguir si está bien logrado o no. Opuestamente, el arte con mayúscula sería el conjunto de obras en que el carácter expresivo, emocional, exploratorio y no normativo es el vector fundamental. Si bien esta separación se configura en el romanticismo del siglo XVIII, sus raíces son más profundas, y nos inducen a pensar en lo que hoy nos presenta póstumamente Hilda Jorquera. Ante ello quisiera reflexionar con ustedes sobre tres interrogantes. La primera. En cuanto a la diferencia entre arte y artesanía, ¿hemos superado las ideas del romanticismo en pleno siglo XXI? La segunda. ¿Hay una superioridad de las bellas artes por sobre la artesanía? Y, por último, ¿Hilda Jorquera es una artista o una artesana? Para poder responder estas preguntas, les pido me permitan hacer algo de historia y referirme a lo que para mí caracteriza hoy el estado actual de las artes.
Como se sabe, Platón no consideraba a los artistas plásticos o visuales sino como artesanos, refiriéndose a ellos en su libro La República en términos, por decirlo menos, peyorativos. Todo ello, convierte artistas como Miguel Ángel, Caravaggio o Goya en artesanos. Setecientos años después, en el siglo II d. C., Galeno sostuvo la existencia de una diferencia entre artes mayores y menores, entre artes liberales y artes vulgares. Las primeras eran aquellas que no requerían del tacto y que se disfrutaban mediante la vista o el oído, en tanto las segundas como la perfumería o la cerámica requerían de otros sentidos para ser apreciadas. Ya a finales de la Ilustración, es Hegel, en sus Lecciones sobre estética, quien vinculaba a la música, la pintura, la escultura y, por sobre todas las demás, a la poesía a la exteriorización del Espíritu humano, relegando a la artesanía a un lugar terciario y sin menciones ni extensas significativas. Con esto, Miguel Ángel, Caravaggio y Goya volvían nuevamente a ser entendidos como artistas.
Dicho lo anterior, se comprende no sólo la importancia de la distinción entre arte y artesanía, sino también la complejidad de dar una sola respuesta. En este sentido vuelvo a mi primer interrogante. En nuestro siglo XXI, ¿hemos salido de la distinción heredada del romanticismo post ilustrado entre arte y artesanía? Según creo, la respuesta es sí. Y esto por dos razones. La primera razón es que dicha distinción se funda, actualmente, menos en criterios estéticos, que económicos. Pensemos, por ejemplo, que, en 1917, Marcel Duchamp envía para ser expuesto en su muestra anual, a la sociedad de artistas de París, su famoso urinario en el que no había puesto mayor trabajo que girarlo, firmarlo y fecharlo. Si bien se ha intentado avaluar la pieza, no existe un consenso sobre cuán alto debe ser su costo, ya que según muchos sostienen, se trata de la obra más importante del siglo XX. Por su lado, en 2019 el artista conceptual Maurizzio Catelán presentó en la Art Bassel de Miami, la obra “Comediante”, que consistía en un plátano fijado a la pared mediante una cinta adhesiva, valorada en 120.000 dólares, frente a los 30 céntimos de dólar que cuesta esta fruta en el supermercado. En 2010, la caja de detergente “Brillo”, firmada por el artista pop Andy Wharhol, fue vendida por 3.3 millones de dólares, aun cuando su precio no superaba los 30 dólares en cualquier tienda de la época. Esto me lleva a la segunda razón, pues, en nuestra época basta con que una comunidad ligada al mundo del arte legitime a un artista o a una obra, para que se la entienda como arte. Mismo caso ocurre con un óleo decorativo producido en masa en China para SODIMAC, y las esculturas producidas también en masa por el norteaméricano Jeff Koons o el británico Damien Hirst. Situación muy parecida a lo que ocurre con una camiseta Zara de 20 euros producida en Bangladesh, o, la camiseta Balenciaga, de 200 euros, producida muchas veces en la misma fabrica de Bangladesh. Por tanto, hoy sí hemos superado la distinción romántica entre arte y artesanía, porque lo que sea una u otra, no depende de la capacidad creativa de los artistas, sino de lo que el mercado y las comunidades de expertos ligados al arte impongan e instalen en una galería, una bienal o un museo y, por lo mismo, acabe siendo arte.
En segundo lugar ¿Hay una superioridad del arte por sobre la artesanía? Definitivamente no. Y esto también por dos motivos. La idea de una superioridad de una respecto de otra, es tan variable a través del tiempo, como relativa a la invención del artista-genio, la cual, produjo un dramático giro en los eventos constitutivos de la historia del arte. Aunque la idea de genio surge en el Renacimiento con Vasari, quien consolida la noción de que a los artistas, ya no se les debe pagar por metro cuadrado pintado, sino en base a su mérito, es opinable si la idea de genio nace o no en la pintura, porque no son pocos quienes creen que emerge en la música alemana, con Beethoven, y quizá antes, con Mozart. Lo cierto es que lo cambia todo. Hasta antes de eso, por ejemplo, el sencillo taller de Velásquez se ubicaba no muy lejos del mueblista de palacio, y se les concedía el mismo rango social, cuando no la apreciación hacia el mueblista era bastante mayor. Con el surgimiento de la noción de genio artístico, la valoración de las obras producidas por artistas de siglos anteriores se eleva a niveles casi cósmicos. Retroactivamente, la cultura académica comienza su búsqueda de genios en la extensa historia del arte. Así, artistas que en su tiempo no se les tomaba sino por artesanos, ahora serían apreciados como genios. Tal es el caso de Leonardo, Durero, Giotto o Rembrandt, solo por nombrar algunos de los nombres más célebres. El segundo motivo dice relación con la función del arte. Así, objetos artesanales como máscaras, vasijas, lanzas o platos, que en su momento cumplían, por ejemplo, funciones rituales o ceremoniales, o el cotidiano acto de comer, al adecuarse forzadamente a la noción estética moderna, pasan ahora a ser arte. Es el caso del llamado arte africano o mesoaméricano, ya que al tratarse de objetos que en su tiempo jamás hubieran sido considerados arte, tras la intervención del historiador o el filósofo del arte se exponen y comercian como si lo fueran. Similar situación ocurre con el arte paleolítico, del cual, ni siquiera conocemos a sus autores, pero de seguro sabemos que la intención del artesano que las realizó, distaba mucho de operar con las categorías de apreciación estética que hoy les atribuimos a los objetos y murales producidos por él.
Todo lo que digo es debatible, y cada uno de ustedes puede formarse su propia opinión, pues sobre la diferencia entre arte y artesanía, no veo que haya una respuesta correcta o una visión unitaria. Sin embargo, para finalizar con lo que nos importa, ¿Hilda Jorquera es artista o artesana? La respuesta es ambigua. Vale decir, sí lo es y no lo es. La obra de Hilda Jorquera se inscribe dentro de las artes textiles. Y con este tipo de artes en la actualidad ocurre un fenómeno peculiar. Si el trabajo ejecutado en telar con fines prácticos como el abrigo o la vestimenta fue realizado por artesanos Maya o Inca, entonces se trata de arte ritual y es sacralizado, historizado o folklorizado por el fijismo antropológico, en los museos de arte precolombino, pero, en cambio, si una pieza semejante de igual factura es hecha por Sheila Hiks o Bisa Buttler, entonces es arte posmoderno, y se expone, en el MoMA de Nueva York. Es decir, arte en nuestros tiempos consiste en la capacidad que posee el medio artístico, para separar lo más posible las obras de lo cotidiano, elitizándolo de tal manera, que mucha de su exclusividad depende del incomprensible léxico que regular y cínicamente se esmera en explicarlo, acorde a las modas y reglas del mercado del arte. Ello transforma a los artistas en productores para dicho mercado y, frecuentemente, a los observadores, en agentes pasivos que delegan, en base a tal o cual consenso generalizado, su juicio estético a las comunidades de expertos en estética o historia del arte. En concreto, desde esta perspectiva Hilda Jorquera no es una artista.
¿En qué sentido Hilda Jorquera sí es una artista? Lo es, en el sentido en que el valor de su obra reside en el tratamiento que realiza de los materiales y su dominio técnico o su gran capacidad para codificar distintos significados. Tenemos ante nosotros un evidente intento por comunicar realidades y emociones de modo premeditado, sin un fin utilitario. De modo que si, seguimos la regla de que lo que debe ser considerado arte se basa en lo excepcional, y no en la común, entonces la protagonista de la exposición de hoy, es una artista en todo el sentido del término. Asimismo, ¿en qué sentido Hilda Jorquera es una artesana? Es una artesana, en cuanto sus obras sí poseen un plan definido, destinado a ser ejecutable con unos patrones relativamente delimitados acerca del bordado, con un manifiesto más o menos claro acerca de sus temáticas y representaciones simbólicas, generalmente asociadas al costumbrismo chileno o bien al paisaje convencional. Por supuesto, no podríamos hablar de su trabajo en términos de diseño, puesto que cada una de sus obras es única, y no está producida en serie ni tiene una función determinada, como podría ser el caso de la ropa, los vasos, las muebles u otros artefactos afines. Tampoco vemos en ella una artesanía hecha industrialmente. Su proceso de manufactura siempre y en cualquier caso es manual y se resuelve, como es evidente, con total prescindencia de maquinarias. Cada pieza, si bien es susceptible de ser circunscrita a cierto acervo cultural criollo, le pertenece a ella, que modula y reinterpreta tal acervo. Sus temáticas nos hablan de aquello que está, o estuvo entre nosotros; su valor estriba en recoger lo cotidiano que nos rodea y llevarlo a cabo con suma precisión, catalizando belleza, cuidado y conocimiento tradicional heredado en cada obra, pero cuyo fondo se escinde entre lo personal y lo social, sin perder por ello su valor aurático propio y desde ahí extenderse hacia espacios más hondos.
Carlos Roa Hewstone
Colaborador de la revista Espejo de Agua