PRONTUARIO DE LA NEGRA ESTER
Reseña a “Prontuario de la Negra Ester”, de Pedro Navarro
Dr. Juan Serey (Colaborador Espejo de Agua)
Dr. Carlos Roa (Editor Espejo de Agua)
Con seguridad, las dos mayores obras del teatro nacional sean La pérgola de las flores y La negra Ester. Surgida primero como poema escrito en décimas por Roberto Parra, adaptada luego al teatro por Andrés Pérez, es altamente probable que Berta Ovando -la persona tras el personaje- no se haya siquiera enterado de la existencia del primero, ni del tremendo éxito, desde comienzos de los años noventa hasta la actualidad, de la segunda. Esta mujer resalta por ser la encarnación del desinterés, el abandono investigativo y el desconocimiento endémico, si se lo compara con la magnitud del personaje al que dio origen, al punto que aún hoy es extremadamente complejo encontrar libros o publicaciones en torno a su vida.
Extraña y antinatural situación, ya que se trata de alguien que es primero una obra y luego una persona. Por suerte, Pedro Navarro, destacado escritor sanantonino, sacando provecho de su vivencia en la costanera, locales nocturnos, dunas, escaleras y demás lugares del puerto, nos presenta una inversión de este peculiar escenario en su novela “Prontuario de la Negra Ester”, en que lo documental triunfa por sobre lo literario. Mediante la interacción narrativa con algunos de los más señeros personajes de la vida bohemia del San Antonio de los años cuarenta o cincuenta, tales como el Nancy, el Corbatita y su pareja Manuel Cerda (quien la acompañó hasta el fin de sus días), lo principal del texto de Navarro es la neutralización de cualquier fuente indirecta y el acceso inmediato a la médula misma de la mujer detrás del mito, consiguiendo aquello que hasta el sol del hoy había sido prácticamente imposible: darle un rostro, un nombre y una vida real, a quien muchos atribuyan una existencia excluyentemente poética.
No sólo a causa de su altísimo valor en este sentido, sino también por el tema que trata, ante el libro de Navarro se deben evitar al menos tres actitudes. En primer lugar, si bien un prontuario es un registro de las actividades delictuales, el resumen de una vida o partes de ella, fuera o al margen de la ley, una marca de la que no se escapa y que determina lo que se ha vivido y lo que resta por vivir, este “Prontuario de la Negra Ester”, no debe circunscribirse a su acepción policial. En segundo lugar, el libro pareciera ser inútil para aquel que observa desde alturas moralmente pulcras o éticamente límpidas y que antes de comprender, pretende juzgar. Por último, es preciso mantener la misma cautela que cabe respecto de otras nociones menos ligadas a lo penal y más asociadas a lo pecaminoso o lo socialmente reprobable. Con esta novela sucede, pues, algo curioso: hay que intentar comprender, escuchar y atender las razones de la protagonista antes de tratar de emitir algún comentario, en la misma medida en que se debe abandonar la creencia que no cabe esperar cultura en la acepción hegemónica de la palabra, de las clases populares, sus prácticas o costumbres, negada tanto por Parra como por Navarro.
El libro trata de una vida que da cuenta de sí misma en el sentido fuerte del término: entrega las razones de las pasiones. Poco hay de justificación en la Bertita, pues si bien intenta adentrarse en las causas de su vida, causas terribles, de una vida condenada a la miseria y al horror desde su niñez, este pasado ha de quedar en su lugar, pues la vida, su vida, es lo que le ha exigido adentrarse en lo más oscuro. Sin salida y sin futuro, apegándose a la palpitación de la existencia para sobrevivir, así sin más, en una historia de cuyo decurso desconocemos, los lazos que la obra lanza Navarro al lector van, al modo de la tragedia griega, en esta dirección. Si bien para el sentido común aparecen sin cesar alternativas de salida a un destino ya signado por el sufrimiento, no hay nada en la novela que impida que el cumplimiento al que las circunstancias fuerzan y coaccionan desde sus inicios. Esto la aleja de la estética festiva con que Andrés Pérez invistió una historia que gira entorno a la regente de un cabaret burdel, cambiándola por una en que el drama y el realismo triunfan.
Evidentemente, uno de los agentes narrativos es el sexo, el sexo sin más, en su variante horrenda tanto como en la tierna, nacida del amor genuino: desde una violación colectiva, instada por el padrastro y sus amigos, hasta las primeras experiencias amorosas y una maternidad frustrada, como no podría ser de otro modo, sin edulcoraciones ni exacerbaciones innecesarias. Junto con el sexo, al tratarse de una concatenación de recuerdos, desde el inicio del libro da la impresión que la violencia y la omnipresencia del alcohol que funciona como trasfondo de la infancia de la Negra Ester en el Norte, será la misma que caracterizará su estancia en San Antonio. Ello es un poderoso alimento para la habilidad de Navarro que nos transmite, a través de sus descripciones en lugar de prostitutas estereotipadas, mujeres que sufren y luchan sea contra sus propias decisiones, sea contra aquello que bien puede definirse como un mal hado, a ratos tinturado con los inevitables momentos alegres o felices que suceden, en un momento u otro, a todos, aunque sea sólo por breves instantes.
Es aquí donde el Navarro entiende muy bien que la grandeza de la Bertita consiste en algo que se superpone a la vida oscura y terrible, al mero anecdotario de la vida de los prostíbulos y la sórdida miseria: incluso ahí, en el lugar del desprecio y de la hipocresía puede débilmente aparecer el amor. Pues esta es una historia de amor, pero no solamente del amor que ha conocido la Bertita y que ha encontrado en otros hombres, sino de algo más profundo, de una experiencia amorosa que la hace digna de ser escuchada por sus interlocutores, que van expresamente a su hogar a oír su historia. Es probable que el horror del vacío en la cercanía de la muerte también los conmueva a ellos, o que tal vez también los esté transformando al escucharla, porque comprenden que el sufrimiento no tiene nada de sagrado ni de encomiable, que una vida así, condenada, una vida de condenados, una vida de humillados y ofendidos, como diría Dostoievski, solamente se engrandece a partir de un convencimiento profundo, casi fanático, cuyo origen es desconocido y que permite que, en ocasiones, las flores más hermosas también crezcan en los basurales. Así entendido, lo que Navarro oportunamente expresa es algo que hace posible comprender que, a la espera de la muerte, en el borde de una vida que, a ojos de otros, de los que juzgan, de los que se irritan con su moralina incomprensible, valió, de manera casi incomprensible, la pena de ser vivida.
Es poco factible que un homenaje mayor se pueda hacer a alguien. La memoria, instancia más amplia y general de la que emergen los recuerdos particulares, está también compuesta de olvido. Como tal, es inevitable pensar que Navarro nos habla de un marco contextual tristemente muerto con la muerte de Berta Ovando o, por pensarlo como él lo hace, asesinado por la decadencia cultural que trajo consigo la dictadura militar, cuando no a causa de ambos factores unidos. Del ambiente bohemio porteño y animado del “Luces del Puerto” y el “Río de Janeiro”, sólo nos queda el relato, el libro que tenemos en nuestras manos y que sirve de alternativa a la omniabarcante presencia de la propuesta parriana. Lo que está siendo descrito en esta novela, es una época que ya pasó y que sobrevive únicamente a partir de la escritura y es sólo de forma tangencial el que vive y perdura en la obra de Parra y Pérez.
Aunque los tres hablan de la misma mujer, en la novela/documento de Navarro las cosas transcurren y concluyen de manera muy diferente. No sólo porque el libro del sanantonino corre por un sendero que apenas se conecta con el de Parra, en el que por lo demás este ocupa el puesto insignificante y efímero del romance de una noche, antes bien, porque “Prontuario de la Negra Ester”, usa la novela como pretexto para describir una vida tan accidentada como extraordinaria, sin tomar ninguna postura edificante y, por tanto, no siente la obligación de perdonar o exaltar absolutamente nada. Navarro no rescata al personaje que quedó fuera en la premiación de popularidad, porque en su relato no hay nada del morbo tan corriente hoy por hoy de volver real al ícono. Tampoco pretende dar giros nuevos a una historia ya terminada, mostrando sus grietas o aspectos sórdidos con el afán de sorprender, pues lo que hay es sólo la historia, sin más allá, en su estado puro, sin heroísmos.