Del nicho helado en que los hombres te pusieron, te bajaré a la tierra humilde y soleada.
(“Los Sonetos de la Muerte”/ G. Mistral).
Marco A. Carvacho
Los versos escritos por la otra Premio Nobel de Literatura chilena, Gabriela Mistral y que titulan este artículo resumen perfectamente el recorrido que los restos de Neruda siguieron desde su muerte hasta su definitiva lugar de descanso.
“Puedo escribir los versos más tristes esta noche…..” podría haber escrito Pablo Neruda la noche del 11 de Septiembre de 1973, sin embargo, la fiebre que lo atacó y que desencadenó una seguidilla de síntomas que obligaron a la hospitalización del poeta el 19 de septiembre de 1973, ocho días después del golpe de estado que terminó con el gobierno de la Unidad popular, el gobierno por el que Neruda se había jugado. Sin dudas, estos acontecimientos contribuyeron a generar en él un estado de ánimo sombrío y poco apropiado para enfrentar los síntomas que el cáncer de próstata que padecía le provocaba.
Sucede que me canso de ser hombre.
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
navegando en un agua de origen y ceniza.
El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos.
Sólo quiero un descanso de piedras o de lana,
sólo quiero no ver establecimientos ni jardines,
ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores.
Sucede que me canso de mis pies y mis uñas
y mi pelo y mi sombra.
Sucede que me canso de ser hombre.
(“Walking Around”)
Lo vivido en esos días fueron presagiados por Neruda quien refiriéndose a otro momento histórico no podía creer que esos días negros se repitieran en su patria:
Y una mañana todo estaba ardiendo
y una mañana las hogueras
salían de la tierra
devorando seres,
y desde entonces fuego,
pólvora desde entonces,
y desde entonces sangre.
Bandidos con aviones y con moros,
bandidos con sortijas y duquesas,
bandidos con frailes negros bendiciendo
venían por el cielo a matar niños,
y por las calles la sangre de los niños
corría simplemente, como sangre de niños.
(“Explico algunas cosas”)
Y Neruda murió el 23 de septiembre de 1973, días después del Golpe de Estado en Chile en circunstancias que, aún a más de cincuenta años de ella, no han sido del todo esclarecidas.
Que Pablo Neruda vive poéticamente no hay dudas. Porque si consideramos que la verdadera muerte es el olvido concluiremos que Neruda aún vive. Para constatar sus vivencias poéticas basta con hacer un pequeño paseo por cualquiera de sus casas. O repasar una vida llena de aventuras y peripecias ya que su extraordinaria capacidad de expresión dio cuenta de extraordinarios episodios y acontecimientos en sus pasos por el sur de Chile, por Rangún, por España, por París y varios lugares más. Una vida así de acontecida solo podía ser seguida por una muerte también llena de sucesos, aunque éstos no son tan conocidos.
Sin embargo, Neruda siguió viviendo, y haciendo poesía en cada uno de sus funerales (y fueron tres) y en cada uno de ellos, la impronta poética del vate se manifestó en cada detalle.
y, a pesar que en su sepelio lo acompañaron cientos de personas, su funeral fue apagado por las circunstancias de la época, las que impidieron que se le rindieran los homenajes que, sin duda, el ganador del Premio Nobel se merecía. No son pocos los que piensan que aunque el funeral no fue lo que él hubiera merecido si fue una representación simbólica del primer acto de rebeldía en contra de la dictadura que recién se instalaba. La épica que envolvió el acto en sí y cada movimiento de los asistentes se recoge mirando los pocos testimonios gráficos que aún existen del momento y el miedo, el orgullo, la valentía, superando ese miedo, aparecen nítidamente al escuchar los relatos de algunos de los asistentes, de los que acompañaron al féretro caminando a su lado y de los que, más asustados, se asomaban a las ventanas y desde allí seguían las exequias. Cada uno de ellos, desde su perspectiva, pero todos con esas emociones rodeando y permeando las narraciones y, sin embargo, siguiendo los dichos del poeta.
"Si muero, sobrevíveme con tanta fuerza pura
que despiertes la furia del pálido y del frío,
de sur a sur levanta tus ojos indelebles,
de sol a sol que suene tu boca de guitarra.
No quiero que vacilen tu risa ni tus pasos,
no quiero que se muera mi herencia de alegría,
no llames a mi pecho, estoy ausente.
Vive en mi ausencia como en una casa."
("Soneto XC")
Las condiciones no eran normales por lo que en lo que se pensó fue en una sepultura provisoria. Y Pablo Neruda fue sepultado en el mausoleo de la familia de la escritora Adriana Dittborn. Sin embargo, presiones y temores pusieron fin al poco tiempo a esta morada provisoria, y Matilde decidió algo que Neruda sin duda hubiera aprobado: compartiría la misma suerte que la mayoría y tendría un lugar humilde en el muro del cementerio, tendría un pequeño nicho con su nombre donde terminó siendo sepultado en uno de los tantos panteones que tiene el Cementerio General. Apenas seis personas asistieron a este segundo entierro en «una mañana tristísima para un acto fúnebre tristísimo», como escribió el poeta Jaime Quezada, uno de los presentes.
En ese nicho en el Módulo México del Cementerio General estuvo el vate durante los años de la dictadura. Era un nicho triste y oscuro, como si Neruda hubiera querido vivir él también los vaivenes de su pueblo, y estar acorde a los días de la época
"Tristeza, escarabajo
gris,
ebrio de niebla,
guárdate,
escóndete,
pega tus amarguras
al hueso de la noche,
pero
no sacudas
tu látigo,
no acerques
tu lámpara
de vinagre."
("Oda a la tristeza")
Y no fue sino hasta algunos meses después del retorno de la democracia, que se presentó ante un directivo de un cementerio, el presidente de la Fundación Neruda para solicitarle ayuda para enmendar lo hasta ahí hecho respecto de la muerte del vate. Y aunque, el sentimiento por el homenaje que el país debía, a quien es, probablemente, el más célebre de los chilenos, era compartido por los más amplios sectores del país, hasta ese momento, nada se había hecho al respecto.
Quien ha realizado una gran obra merece un gran reconocimiento y él no lo ha tenido. Uds pueden dárselo!!!. Con esas palabras, el presidente de la Fundación Neruda se presentó ante quienes conocían el quehacer de las tumbas y los sepelios e hizo esta solicitud, la que tuvo inmediata acogida
"Sube a nacer conmigo, hermano.
Dame la mano desde la profunda
zona de tu dolor diseminado”.
("Alturas de Macchu Picchu")
y así comenzó un proceso que, diecinueve años después de su muerte, en 1992, culminó cumpliendo el deseo de Neruda expresado ya en 1950, en uno de los versos del Canto General, para que su cuerpo fuese sepultado en Isla Negra, frente al Pacífico que tanto amó.
Pero, en esos momentos, se conjugaron la decisión del gobierno de la época, el empuje de la Fundación Neruda, el beneplácito de la familia y el apoyo técnico y logístico necesario para saldar la deuda.
No obstante, la tarea no era sencilla. Neruda había expresado que quería ser sepultado en Isla Negra
(“Compañeros, enterradme en Isla Negra,
frente al mar que conozco,….
Abrid junto a mí el hueco de la que amo, y
un día
dejadla que otra vez me acompañe en la
tierra.”)
(“Disposiciones”)
y la ley chilena solo permite que se efectúen inhumaciones en aquellos lugares que se han establecido oficialmente como cementerios y, claramente, la casa del poeta en Isla Negra no tenía esa característica y ese fue el primer inconveniente que había que superar. Tal como Kafka habría previsto, la burocracia y su ejército de funcionarios, persistentes e inclaudicables, celosos custodios de las normas y las instituciones fueron un obstáculo que aparecía una y otra vez en el largo camino que hubo que recorrer. Pero ese camino, que enfrentaron al poeta y su dionisiaco deseo a las apolíneas fuerzas del sistema, dotaron a su recorrido de la dosis de poesía que siempre acompañaron a Neruda en su vida terrenal y en la que ha continuado viviendo en el espíritu de la humanidad.
Convertir la casa de Isla Negra en un cementerio oficial, encontrar la ubicación exacta de la sepultura, construirla, conseguir las autorizaciones de los organismos involucrados y de la familia, únicos que legalmente pueden decidir que se podía a hacer con los restos y organizar la exhumación, el traslado de sus restos y, a esas alturas de los de Matilde, y el homenaje que todos estaban de acuerdo merecía eran los desafíos que hubo que abordar.
La Fundación Neruda, la Universidad de Chile, el gobierno de Patricio Aylwin y el Parque del Recuerdo unieron esfuerzos y recursos y abogados, ingenieros, arquitectos y sepultureros se coordinaban para ir saltando, paso a paso, cada una de las etapas que la empresa requería. La entrega que se puso ante cada obstáculo se multiplicaba cuando el burócrata de turno, con el gran ingenio que solo sus posiciones les otorgan para encontrar inconvenientes y problemas ante las soluciones que se les proponían, y así se fue avanzando ante la incredulidad de muchos funcionarios que no podían creer que parte de la casa de Isla Negra fuera declarada cementerio, que se superaran las complicaciones que el terreno, en el que está la casa, ponía para construir las sepulturas y que, cada una de las dificultades, la mayoría imprevistas y de todas las cuantías, que se presentaban en el proceso se fueran venciendo.
Los restos de Neruda y de su mujer, Matilde Urrutia, fueron exhumados de sus tumbas en el Cementerio General y llevados al salón de honor del ex Congreso Nacional, y el 12 de diciembre de 1992, llegaron finalmente a su casa en Isla Negra.
Los restos de Neruda fueron sepultados frente al océano que baña el jardín de esa casa en el corazón del Litoral de los Poetas. El autor de «Veinte Poemas de amor y una canción desesperada » fue recibido a primera hora por una treintena de familiares, que le dieron de nuevo la bienvenida a la célebre residencia, un espacio privilegiado frente a ese Océano Pacífico que, tal como escribió, “… se salía del mapa y no había donde ponerlo. Era tan grande, desordenado y azul que no cabía en ninguna parte. Por eso lo dejaron frente a mi ventana”. A su ventana en Isla Negra.
El féretro, cubierto con una bandera chilena y un ramo de rosas blancas, desfiló por delante de la viga que el poeta un día talló con un mensaje de bienvenida premonitorio: «Regresé de mis viajes. Navegué construyendo la alegría». Los primeros rayos de luz se desparramaron sobre el ataúd de madera que fue enterrado en la parte baja del jardín de la casa, una terraza inclinada que mira hacia el mar. Al mediodía, frente a tres centenares de espectadores, una orquesta juvenil rindió homenaje al autor de algunos de los versos de amor más conocidos del mundo. «Ahora Neruda está con nosotros, vuelve a mirar las olas
del mar y a abrazar a su querida Matilde», dijo el escritor Fernando Quilodrán durante su discurso y la ceremonia concluyó con la interpretación de «Gracias a la vida» de Violeta Parra.
El entierro de Pablo Neruda en Isla Negra fue un evento conmovedor que marcó el final de una era y el comienzo de un mito. La pequeña localidad costera de Isla Negra, donde el poeta había construido su hogar junto al mar, se convirtió en el escenario final de su viaje terrenal.
Bajo el cielo vasto y el rugir del océano Pacífico, se despidió al poeta que había dejado una huella imborrable en sus corazones. El ambiente estaba impregnado de una melancolía serena, como si la naturaleza misma estuviera llorando la partida de uno de sus hijos más queridos.
El féretro de Neruda fue llevado con reverencia hasta su morada final, escoltado por el sonido de las olas y el canto de las gaviotas. El viento susurraba versos de despedida mientras el sol se ocultaba en el horizonte, tejiendo una última obra de arte en el lienzo del cielo.
El poeta fue enterrado junto a su amada Matilde, en el jardín que había sido testigo de su amor y su inspiración. Las palabras de sus poemas se fundieron con la tierra, alimentando las raíces de los árboles y las flores que crecían en su tumba, como un tributo eterno a su inmortalidad.
El entierro de Neruda en Isla Negra fue más que un acto de despedida, fue un retorno al hogar, al lugar donde su espíritu libre encontró paz y significado. Aunque su cuerpo descansara en la tierra, su legado sigue vivo en cada rincón de su amada Isla Negra, en cada ola que besaba la costa, en cada verso que resonaba en el viento. De esta manera, se cumplió el pedido del poeta que dijo
“,,,allí quiero dormir entre los párpados
del mar y de la tierra . . .
Quiero ser arrastrado
hacia abajo en las lluvias que el salvaje
viento del mar combate y desmenuza,
y luego por los cauces subterráneos, seguir
hacia la primavera profunda que renace.”
(“Disposiciones”)
Como se señala más arriba la muerte de Neruda fue tanto o más acontecida que su vida y fiel reflejo de uno de quienes mejor ha cantado las distintas emociones del ser humano. Cada uno de sus funerales se vistió de rabia, de miedo, de pena y de alegría tal como hacía en sus poemas. De esta manera, el poeta siguió celebrando después de su partida.
Este artículo fue previamente publicado en Le Monde diplomatique, manteniendo intactos los matices originales del autor.