Vladimir Boroa o el nacimiento de la epopeya de lo fragmentario
Reseña a “Herrumbre o del nacer”
Carlos Roa Hewstone
Colaborador Revista Espejo de Agua
Herrumbre o del nacer, es el segundo poemario publicado por Vladimir Boroa y, al igual que el primero, Escatología se trata de un libro necesario, profundo y, como toda obra de arte que no está demás, es un libro al cual requiere algo de esfuerzo ingresar. En sus páginas, la temporalidad, las referencias a personajes y periodos históricos o a la literatura de distintas épocas abundan, hilvanadas por un denominador común: la mezcla, unas veces armónica, otras veces dialéctica, de la experiencia contemporánea con otra de raigambre más ancestral, ambas fragmentadas en igual medida. Todo este prolijo tejido opera, entonces, como partes de algo mayor. Es un entramado de relaciones intertextuales que en sí mismas funcionan como un mensaje, acaso el contenido medular del poemario. Esto, que pudiera derivar en comparaciones con trabajos con intenciones similares en la literatura universal, tales como La tierra baldía de TS Eliot, o bien, los Cantos de Ezra Pound, en Boroa adquiere un sentido peculiar. Y esta peculiaridad consiste en lo siguiente: no estamos ante un libro escrito en el contexto del siglo XX, donde la atomización humana era una posibilidad, algo cuya plenitud aún era objeto de hipótesis sociológica, sino porque es un libro de nuestro siglo, en que tal cosa ha llegado a constituirse en una realidad e, inclusive, en una forma de racionalidad generativa. “No mires, sin embargo, los escombros/ que erigieron los hombres de esta tierra”, nos dice el poeta en Escatología y, reitera en Herrumbre: “Pudimos ver el mundo, aquel jardín inmenso/ deseado desde siempre, con ojos sin memoria”.
Herrumbre, luego, supera las fronteras de la poesía y se adentra en terrenos más hondos, para los que las herramientas de la literatura nos son insuficientes, debiendo, recurrir a lenguajes salidos de otros nichos de pensamiento. En la tradición filosófica alemana, se distingue Erfahrung de Erlebnis. La primera palabra, se refiere a la sensación subjetiva que acontece singularmente de algo a un determinado alguien; la segunda, en cambio, concierne a lo general y trasciende a lo individual en su sentido más lato. Desde esta perspectiva, el libro de Boroa se posiciona con sus pies en las dos formas de entender la experiencia que son posibles a lo humano, sin jamás desligarlas, yendo desde lo desgarrador que puede resultar por momentos la experiencia personal, a la forma alienante que, por momentos, adquiere nuestra tardo modernidad. Este poemario es, entonces, un texto para nuestros días sin símbolos, sin dioses ni rituales, a no ser aquellos que nos provee el capitalismo o la democracia de mercado extendida por todo el globo, y que aborda todos estos tópicos sin nostalgia: “No vuelvas donde un día hubo felicidad. La perfección no puede repetirse” o, en otro pasaje: “Otra vida no pido, ni otro amor. /Las cosas están bien de esta manera”.
Herrumbre es un libro que nos habla de la vivencia emocional, psicológica interna del poeta, y también de lo que él observa y ve con decepción en el entorno epocal, cuya característica principal es lo pequeñas de nuestras aspiraciones (“No entienden mi mensaje: su dios es muy pequeño”). Aquí, la poesía, expresión mínima y condesada de la vida, cumple el rol de sintetizar y conjuntar ambos ámbitos que, por lo demás, en el libro aparecen como uno solo, sin divisiones o separaciones extrínsecas. El libro sin duda traza un relato bastante particular. Dividido en cuatro partes, su locus ubica lo particular y lo general en la distancia del observar, de tal manera, que el poemario nos ofrece el atalayar de una mirada que observa hacia el horizonte, pero que al mismo se siente en ese ver a lo lejos: se siente en la inseguridad de un individuo que ya no es dueño de sí, se siente en un individuo parece estar atenazado por fuerzas que no controla ni protagoniza ni conduce. Así, la Erfahrung que el poeta nos brinda de lo antiguo, es al tiempo una Erlebnis de lo nuevo, pareciendo como si estos poemas, que nos devuelven a la extensa tradición de la cultura Occidental y Oriental, hablaran de situaciones que el autor vivió materialmente, situadamente y que con esfuerzo podemos catalogar de imaginarias. “La nuestra es una lucha contra el mundo/ y estamos en ventaja, porque nos encontramos”. Frente a la periodización histórica lineal, frente también a la posibilidad de un futuro continuo, el libro pretende desvelar en qué lugar del tiempo nos encontramos. Si bien el imaginario común de los textos es un pasado cultural casi arquetípico, la historia común que subyace a todos los mitos, se trata de una temporalidad a la que nuestra época no logra acomodarse. Esto no significa, que del paralelismo entre lo antiguo y lo nuevo, nuestra era resulte depreciada de forma fácil, sino lisa y llanamente se halla desligada, como mutilada de la gran epopeya humana que el libro pretende figurar.
Si algo solía dar el mito era una forma, un decurso y un significado a las acciones de los agentes individuales. Pero, precisamente, a causa de ello, es que el presente no calza con la historia, ya que no posee una forma unitaria, no tiene un decurso nítido o seguro, y pareciera estar desprovisto de mitos o narrativas que le concedan un significado. De manera homologa, esta situación de ausencia de organicidad, es la que afecta al hablante, que se encuentra desencajado, como si no formase parte de lugar alguno, pues, se busca en aquello que le es imposible ya encontrar. Todo ello provoca que la misma disgregación que afecta al marco contextual, acabe por afectar al propio hombre que escribe (“Tengo los ojos cerrados/ levanto mi frente hacia la nada”). Si bien en su libro, el poeta es un hombre que es muchos hombres conjuntamente y al mismo tiempo, a no ser por el estilo narrativo de su poesía, apenas sería posible unificarlos en una persona dotada de una identidad reconocible. Empero, si hay algo que se echa en falta en Herrumbre, es la denotación de lugares geográficos concretos, en el sentido que las ciudades, o la mención de personajes cuyo nombre es dificultoso separar de ciertos lugares, fueran cualquier lugar impersonal, que en su indistinción entre lo real y lo irreal, están habitados por personajes desorientados e incapaces de unirse entre ellos. Si bien hay mención a lugares concretos, ello sólo demuestra que las ciudades digregadoras y deshumanizadas también pueden servir de materia poética (“Hay calles por las que pasar duele”). La desesperanza cultural, el desarraigo espiritual, el amor frustrado que intenta una y otra vez ponerse de pie es, por supuesto también un notorio protagonista. “Hay algo más detrás de tu ausencia: saber que desde siempre hubo algo muerto,/ desecho, roto, frío, irreparable”.
Dicho en términos generales, el libro opera al modo de un teatro, donde aparecen y desaparecen distintos personajes que dan su testimonio sobre esta tierra partida, fraccionada, para luego desaparecer como si nunca se nos hubieran manifestado. Incluso ni siquiera es necesario que sean personajes definidos, dotados de una identidad propia, sino apenas voces o bosquejos de lo que podría bien ser apenas una presencia. “Visitando ciudades vecinas y lejanas/ para volver sin ánimo a Beocia”; “Cartago perpetuándose en la historia,/ sus campos sin la sal de los romanos”; “De cierto modo somos Belisario”. En otras oportunidades sí son voces nítidas y consistentes, siendo, la principal, la tradición grecorromana, que se instaura como síntesis y fundamento de los restantes relatos que Herrumbre contiene. Ciertamente, se trata de personajes cuyos rasgos mixturan lo clásico con lo moderno haciendo que, en rigor, Sócrates, Cervantes o Dostoievsky no sean lo que fueron, o lo que presumimos que fueron, sino lo que representan para Boroa y, por tanto, dicen lo que un poeta requiere decir en nuestro siglo. Muchas veces sus voces cambian o intercambian atributos, de forma que lo que aglutina a todas estas voces es, precisamente, su incapacidad establecer lazos permanentes, definiendo de esta manera nuestro presente mediante su característica basal: lo fragmentario. “Yo encontré en el frío un camino de sombras,/ donde, una a una, encendían las lentas luminarias/ en la misma ciudad de todos los días”, escribe Boroa.
Pero, si es así, ¿dónde está la originalidad del poemario? Justamente en participar del relato a través de lo relatado. Reside en participar, y comunicar al lector las resonancias de las voces que hablan en el libro, sin que deban necesariamente compartir o coincidir con lo en él manifestado. Asimismo, es un libro que en lo formal habla en un lenguaje sintético, que en ocasiones roza el nivel superior de lo incomprensible, aunque sin superarlo, adaptándose a cualquier lector atento. Por ello la fragmentariedad del texto, su imposibilidad de alcanzar una conexión entre todas las voces que hablan, se debe a que no podría ser de otro modo: el libro está tan quebrado como la cultura a la que hace alusión. Herrumbre se nutre de la fractura y lo que devuelve no es otra cosa que esa misma fractura, de aquella rotura que es el entorno histórico, de igual manera que la herida del propio poeta. “No quiero ya saber sobre mí mismo./ Pensar en mí es pensar en una herida”; “La permanencia del pueblo Imperio Hispano/ que unió su sangre con todas las sangres/ sembrando los pilares del presente”, nos dice Boroa en Herrumbre. Por su parte, por recordar su libro anterior, escribe en Escatología: “¿Qué haremos cuando todo esté perdido,/ cuando el mundo sea un sepulcro/ de cuerpos consumidos?”.