El culto del Toro Blanco en Polignano a Mare¹
... para mi pueblo querido de Polignano a Mare
Ricardo Espinoza Lolas
Después de dejar a salvo a pequeño Kiko en Chile con su mensaje “mortífero”, esto es, el niño mensajero se quedó en la costa del Litoral de los Poetas chilenos tratando de buscar a Pablo Neruda en Isla Negra para dar el mensaje de que todos somos finitos, mortales, la Barca del NosOtros devino nuevamente Toro Blanco y se sumergió en los mares de modo raudo y lo navegaba de forma majestuoso, dando grandes brincos de alegría; navegó hacia el Sur de Chile y cuando el continente se estrechaba y la Cordillera de los Andes desaparecía en las profundidades marinas, saltó brutalmente el continente y siguió por el Atlántico en sentido contrario, rumbo a Canarias, solamente descansó en la cumbre del Teide, en Tenerife; lo hizo por unas horas, jugó con unos guanches, se comió todo tipo de matorrales, algunos pinos enormes... si no lo he dicho antes, en otro cuento, el Toro Blanco es muy grande, debe ser como un edificio de tres o cuatro pisos de altura (como un pequeño palacio veneciano).
Y después prosiguió su viaje rumbo a Europa pasando por las Columnas de Hércules, así se introdujo rápidamente en el Mare Nostrum. El Toro Blanco a veces asemejaba, desde lejos, a un delfín o, a una ballena, por cómo jugaba con el mar y con los pescadores, sirenas, fauna marina, gaviotas, islotes, islas, grutas... En Sicilia, el Toro en forma dionisíaca, a saber, como un humano muy alto, afeminado y con el cabello largo (totalmente desnudo), un poco de barriga, las piernas delgadas, algo de escoliosis, de espalda ancha, de piel de cara rojiza, con su nariz con rosácea, bebió mucho vino, pero demasiado, sabía dónde estaban los mejores viñedos y las cepas que quería degustar como: Nero d’Avola, la Frappato, Nerello Mascalese. Después durmió una breve siesta, muy corta, se despertó y siguió su viaje, bordeó Santa María de Leuca, pero estaba muy mareado, ebrio y como un Toro gigante dando golpes a todo lo que se le cruzaba en el mar: destruyó varios roqueríos y hundió islotes. En lo profundo del Adriático, más arriba de dónde desembarcó Eneas, se sentía tan fatigado, pues no había parado de estar en una u otra parte sosteniendo tantos problemas y construyendo muchas Barcas del NosOtros, que sintió que perdía fuerzas y ni la ninfa Tetis lo podría ayudar en su estado tan decadente; en verdad, había bebido mucho vino y su corazón estaba que explotaba. Necesitaba descansar urgentemente y prosiguió extenuado su viaje, pasó frente a Torre Incina ya a punto de desfallecer.
De repente vio a su izquierda, con su Ojo Avizor, unas bellas y grandes grutas; además, de una pequeña playa que estaba entre dos tipos de acantilados, en una de ellos, por encima de una escalinata se divisaba una gran estatua que daba la espalda al mar, y en la otra parte varias construcciones de los animales humanos que eran muy antiguas y se fusionaban con las rocas y grutas y generaban como una unidad que las integraba por siglos y resplandecía en su conjunto , era como un solo macizo que daba señales al mar: como un cierto Faro; incluso creyó ver a una Sirena bellísima en la Grotta Azzurra que lo miraba excitada. El Toro pensó que era una invitación para ir y cambió rápidamente su dirección de viaje, él se dirigía a Sils María para charlar con Nietzsche (en los Alpes suizos) sobre el eterno retorno, y se fue de forma furiosa a esa playa entre esos acantilados que le pestañeaban desde lo lejos. Y, tal como se los cuento, el Toro Blanco se encajonó entre esas laderas de piedras y no pudo detenerse en esa playa de piedras grandes e irregulares y fue a dar contra un gran puente, Ponte Lama Monachile, y lo golpeó de forma tan fuerte que uno de sus basamentos se vino abajo y con esto el puente mismo quedó destruido ante el estupor de muchos que estaban cruzando por él, otros tomando fotos o selfis, e incluso algunos viendo venir al Toro que se daba de bruces con el mismo puente. Lo increíble es que nadie murió, todos lograron huir mientras se venía abajo el puente de modo estrepitoso, un puente que se había construido en 1836 ya no existía: el famoso restaurante Terrazze Monachile quedó sepultado bajo los escombros. Y el pueblo quedó incomunicado en sus dos laderas. Y aconteció un silencio radical y después los forasteros y turistas empezaron a salir por cientos del pueblo, despavoridos.
El Toro ni se inmutó con la destrucción que causó, al contrario, se echó a reír a carcajadas, las que retumban por todas partes y Polignano a Mare se enteró de la presencia del Toro en cada una de sus calles y plazas, grutas y playas y el pueblo lo escuchaba sorprendido, pero no le temía y estaba expectante de lo que ocurriría. El alcalde no llamó a la milicia, sino con muy buen tino a las bandas musicales del pueblo, en especial, a las de la cofradía de San Vito. Ellas empezaron a tocar su música festiva que daban la bienvenida al Toro Blanco y este bramaba, alegre, muy fuerte con su hocico mirando hacia el azul del cielo.
El saltarín Toro, se le pasó la borrachera con todo lo que provocó, se levantó, se puso de pie, parado sobre las ruinas del ex puente y el restaurante; movió su cuerpo, cabeza, culo, estaba como estirándose, los polignanesi lo miraban extasiados desde arriba, desde las dos partes que quedaron del puente sin caer. De repente saltó con mucha fuerza y voló alto y quedó dentro de la pequeña y estrecha Piazza Dell’Orologio. Y vio con malestar que estaban construyendo un altar para San Vito en el frontis de una cafetería; me daba la impresión de que destruiría todo, tenía una cara inquieta, enfadada, no quería nada con lo cristiano, pero luego le dio risa, la banda musical llegó al interior de la Piazza y tocaban a Modugno, Volare, y ya eso lo calmó completamente. Y se dio cuenta de que en verdad no era un santo cristiano, menos católico, de esos neuróticos histerizados hasta la psicosis que no paran de ser los gurús de la nada y la muerte y que enferman a todos con tantas sanciones, prohibiciones y moralina, sino que era simplemente un mensajero pagano (de inicios del siglo III), de cartón piedra, mal pintado, como una marioneta, y daba pena y ganas de cuidarlo, y que tenía un brazo milagroso para el pueblo. Un santo pequeño y articulador de una vida simple en el pueblo que se afirma “a pesar de” el capitalismo reinante, en la sencillez de unos con otros, y que por casualidad se le veneraba aquí.
Toro miraba con detención, giraba por la plaza, escuchaba la banda musical, eso le gustaba mucho, era mediodía, y todo estaba detenido, el tiempo se volvió eterno. Eternidad y mediodía generaba el Toro en la Piazza dell’Orologio y los lugareños empezaron a llegar, todos se acercaban para ver este gran acontecimiento prodigioso. Y al ver al imponente Toro alucinaban de emoción.
¿Sabes?, le dije, al editor de este libro de cuentos, solamente un Modugno le pudo cantar a esa Barca de humanos que es Polignano a Mare, aunque no estuviera aquí, sino viajando por el mundo y lo hizo en la medida que le cantó a su azul esplendente que lo ilumina y lo hace etéreo y liviano, a lo mejor, es posible, que algún pensador de corazón fugaz y frágil, pueda expresar en relatos y conceptos cómo esa Barca ha estado presente, por décadas, siglos, milenios dando de sí Alegría desde Polignano a Mare, siendo un Faro para Magna Grecia, La Puglia, Italia, Europa...
El Toro con una delicadeza sinigual tomó con su enorme hocico el brazo del joven santo pagano (lo que se conserva de él y no es de cartón), ya lo tenían en la plaza, lo transportan en coche desde la Abadía de San Vito al pueblo, nunca por mar (se podría caer y perderse), estaba en una de las esquinas, en un cofre grande con la parte de arriba abierta, lo tenían escondido del pueblo, porque la procesión del santo recién sería, al día siguiente, esto es, el viernes 14 y que llega por mar a Cala Paura y estábamos recién a jueves 13. El Toro lo sabía todo y llevaba en su hocico el brazo de San Vito caminando lentamente dentro de la plaza ante el alboroto de todos y el silencio de la banda y el pánico del cura y en ello lo dionisíaco en trance, el caminar del Toro, dio de sí un ritual. Y todo lo que estaba en la plaza se elevó en su propia finitud y peso: mesas, sillas, perros, flores, luces, utensilios, café, cucharas, humanos, curas, alcaldes, músicos, tambores, flautas, comerciantes, trombones, algunos turistas atónitos. Y así mismo el uno solitario de cada uno devino un dos con todo lo otro y la Barca de Polignano a Mare se recreó ente todos, creyentes y no creyentes, de derechas o izquierdas, de alcurnia o del barro popular...
El Toro al ver a tanta gente se empezó a sentir nuevamente incómodo (no dejaba de coger fuerte en sus fauces el brazo del niño mensajero romano) ... se empezó a mover algo brusco, saltaba desde sus patas traseras y movía el culo rápidamente con su cola que era como un látigo que todo lo destruía y rompió una de las trattorias de la Plaza. Todos lo miraban y esquivaban la cola: Giuseppe y su primo, Fabiana y Luca, Mary y su madre, los hermanos Vito, Ada, Diego, los geniales Inmaculada y Vito, los jóvenes Giada, Piero, Alessandro, Zupo, Pol, Nico, Nicola y Marika y Anna, alguna Sirena, Mancini y sus amigos, Pepino y los del Aquamarea, los amigos de Il Super Mago del Gelo, Filomena, su marido e hijo, tenían hasta verduras en sus manos, el de la Focacceria del Corso, María de la Farmacia de Pompeo Sarnelli, Giuseppe Pino, el de los pollos, el dramaturgo escenógrafo del pueblo Maurizio Pellegrini, Dino, Rosa y sus hijas del Buon Gustaio... y seguían mirando aunque un poco asustados... se acercó el cura del pueblo para poder aplacarlo y calmarlo y que soltara el brazo de San Vito, y fue peor... no quería nada con él... y se movió bruscamente, pareció que se comería al pobre sacerdote de un bocado ante el estupor de todos, pero no lo hizo; se desmayó el hombre santo de tanto miedo que sintió... El Toro giró burlonamente y rompió el campanario de la iglesia con su enorme culo y se escuchó un ruido ensordecedor (los pocos turistas que quedaban estaban acojonados y huían en masa) y se vino abajo con tal fuerza, el campanario, que destruyó el bar Diplomatico... los carabineros y policías llegaron... el Toro los miraba con el brazo entre sus dientes... y pasaron minutos eternos... la tensión se cortaba en el aire... Mediodía y eternidad.
Entonces, Giuseppe Comes le trajo comida de su trattoria, Orecchiette, pulpo, pescados, mariscos, el de la Focacceria del Corso varios kilos de la rica “barese” (con mucho tomate), unos 10 kg de foccacia, Pepino y sus camareros, litros del mejor vino tinto Negroamaro, unos 40 litros, del Begula uno 30 litros de Gin Toni pugliese, Filomena y su familia le llevaron ricas verduras, en especial, de patatas de todo tipo, lo mismo hizo el verdulero Mimmo con sus enormes sandías y melones, llevaron unas 30 de cada una, Giuseppe Pino, 20 pollos, kilos y kilos de helado de Il Mago del Gelo (sabores de pistacho, fresa, casata, melón), unos 20 litros de Caffè Speciale de Mario Campanella, una gigante burrata de Andria que pesaba 10 kg se la llevaron la familia del Buon Gustaio, y finalmente coronado con largos collares de esmeraldas y otras piedras preciosas y pañuelos de Mary, Katia y Guisy del Perla Nera. Y así, extasiado con sus ofrendas, dejó el Toro el brazo en el suelo y Fabiana y Giada lo cogieron y lo llevaron nuevamente al cofre y cerraron la puerta de él: el Toro comía embelesado Orecchiette con ragù di braciole, se comió varios kilos, en verdad, estaba feliz comiendo de todo esos manjares y el vino le chorreaba; y así los polignanesi se acercaron a él y le hacían cariño en las enormes patas muslos de metros de altura, en su cabezota gigante, en la barriga enorme. Él movía la cabeza y jugaba mojándolos con el vino de su hocico. En ese momento apareció il Nonno, caminando de modo muy pausado y con una bella sonrisa; se acercó a él, donde comía y bebía, lo miró detenidamente y le susurró algo a su enorme oreja derecha, mientras el Toro movía los ojos y parecía como que reía y asentía con la cabeza. El Toro dejó de comer abruptamente y le dio un enorme chupetón al Nonno en todo el cuerpo, literalmente lo bañó... todos alucinaban con lo que veían, el alcalde también se cayó al suelo, desmayado, por una bajada de tensión...
El Toro Blanco se puso muy enérgico con su cuerpo en medio de esa pequeña plaza (se veía enorme, desde abajo, más alto que los edificios), nos miró a todos desde su altiva, orgullosa y bondadosa mirada... abrió su hocico y nos dijo algo que no entendimos, era un dialecto antiguo, minoico, puede ser... y brincó varias veces sobre sus cuatro patas, como encabritado... y en uno de esos saltos salió de la plaza hacia el cielo, voló y cayó al mar brutalmente, frente a la Grotta Azzurra y se hundió en él y desapareció (rumbo a Sils Maria) ... la Sirena lo vio embelesada y muy silenciosa desde el interior de la gruta... Todos nos abalanzamos alrededor del Nonno, y despertamos y levantamos al cura y al alcalde del suelo y los tranquilizamos diciéndoles que el Toro se había marchado; y luego le preguntamos a Nicola qué le dijo al Toro Blanco para que se fuera feliz sin causar más daños y él nos señaló de forma burlona: “Mediodía y eternidad... el placer quiere eternidad de todas las cosas, ¡quiere profunda, profunda eternidad!” ...
___________________
¹Este cuento se publicó en parte en RH Management; aquí, en Espejo de Agua, se da una versión muy ampliada.