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RÍO REVUELTO

Reseña a “Rio revuelto” de Antonio Duarte

En una época marcada por la endogamia poética, en que por momentos se torna difícil distinguir a un poeta de otro, con poemas que bien podrían ser el resultado de un párrafo en prosa partido en versos, y otros llanamente prosaicos y sin ingenio, lo que se echa en falta es que la poesía vuelva a recuperar parte de su carácter de sacar a la luz lo más profundo y originario del fenómeno humano. Tal es el caso del poemario Río revuelto de Antonio Duarte que, lejos de la moda de la micropoesía o,  por qué no decirlo, la poesía sin alma ni ideas, nos entrega un conjunto de poemas necesarios, notables y variados en lo formal, profundos y con un amplio aliento en fondo. Se trata de un poemario maduro, conversos que recordables, que se adhieren a la memoria, en que es difícil no reconocer la figura de un poeta que aúna inspiración, dominio técnico, inteligencia y, por sobre todo, el cada vez más escaso, denodado trabajo artístico. El resultado: una obra que se sostiene en y por sí misma, trascendente y con un uso extremadamente prolijo del lenguaje (“La partida se enredó en caminos/ Cada dolor de dos partidas/ dolorosos como dos heridas”); (“Marioneta triste con alas quemadas en el sol de su pecho/florecido./ Lágrimas y risas de ingrávidos desprecios del banal/ mundo/ que lo llorará por siempre, como hijo desaparecido...”).

Antaño, la expresión “Litoral de los poetas”, solía utilizarse como slogan comercial e intento institucional por dotar de una dudosa unicidad territorial a la franja de costa que va de San Antonio a Algarrobo. Sin duda, dadas las alturas alcanzadas por la obra de Huidobro, Neruda y Parra, habitamos entre estos poetas y su larga sombra. Los tres, sin embargo, venidos a retirarse al sector, no muy cerca ni muy lejos de los centros editoriales, mediáticos e intelectuales de Santiago y, salvo Neruda, con muy escuetas referencias al Litoral Central en su obra. Pero si nos tomamos en serio la expresión, podemos afirmar que si hay un momento en que dicha expresión tiene sentido, es justamente hoy, ante la vertiginosa proliferación de poetas y narradores oriundos de la zona, diversos entre sí, en el sentido más estricto de la palabra, y del que Duarte es una prueba evidente.

En el caso particular de Río revuelto, como toda obra de arte de genuino valor, el libro no muestra sus secretos con facilidad. En cuando al escenario en que acontece es neto en su dualidad, al punto que antepone como aspiración principal la universalidad y, sólo en un sentido secundario, se arraiga en lo local, comprobando así lo accidental y arbitrario del lugar de procedencia, pero también la imposibilidad neutralizar al lugar desde el cual se escribe (“Al mar volví para encontrarte/ en los abismos elementales de la sal”). Ello es particularmente notorio, en que no encontramos en el poemario la caracterización topológica de un lugar ya existente, o bien, la mera reproducción de la temporalidad propia de una localidad concreta, sino la creación de un espacio y un tiempo propio, incluso cuando las referencias al Litoral son explícitas, así lo afirma el poeta: “El paso del tiempo se mide/ mejor, mirando una esfera mecánica/ Mirando sus abanicos circulares,/ un segundo de horas,/ unas horas de minutos./ ¡Una vida!”, o bien, cuando señala: “Puertecito se hacía gigante y vacío como/ sus manos, procesión de corazón deshojado”.

Si se juzga a Duarte por sus logros en la innovación temática, su poemario debiera disminuir en valor. En Río revuelto no hay la pretensión de crear nuevos objetos o ideas en las que luego se pueda reconocer la firma del poeta. Duarte trata los mismos tópicos de siempre, entre ellos el amor, la ciudad, la relación con la madre, los trabajadores, la naturaleza, etc., pero lo hace de una forma que los toma, los transforma y resignifica, al punto que parecieran nuevos, como si los inscribiera en un inaudito nuevo terreno, existente sola y únicamente en el poema. Provisto de una habilidad en la construcción de versos y una selección de los términos, que sorprende por su asertividad, la referencia a seres, objetos y situaciones cotidianas se vuelven heroicos, como si se tratara de una suerte de epopeya en miniatura, con su propio código lingüístico y coordenadas ontológicas.

Fruto de un trabajo de edición difícil de disimular, pocas palabras sobran en Río revuelto, lo que convierte al libro en un texto muy bien pensado y brillantemente ejecutado, una obra de arte, equilibrada y de excelente factura. Según creo, tal cosa se explica por las decisiones estilísticas que toma Duarte, premunido de una consciencia acerca de los yerros que hacen que el arte pierda en calidad, y que solo pueden provenir del oficio. El poeta evita caer en la manida poesía del yo, autista o ensimismada, en que las a menudo escasas y corrientes experiencias del autor operan como vector de obras enteras, o, que en ocasiones fuerzan a quien escribe a arrogarse vivencias que no ha tenido, y que sólo ayudan a la poesía a volverse pretensiosa y snob. Asimismo, el libro no es una reconstrucción paisajística de lo externo, volviéndolo genérico. Desde esta óptica, la poesía de Duarte deviene genuina y sin artificios innecesarios. Lo descrito y expresado en Río revuelto es producto de la articulación entre la subjetividad del poeta, con su emocionalidad propia, finita, y lo externo, representado de un modo abierto y plural, como si los poemas intentaran capturar la vida de lo inanimado, que solo puede adquirir tal estatuto en su relación permanente con lo humano.

Huelga decir que es un lugar común, que para muchos la poesía no pareciera ser sino un conjunto de frases cuyo lirismo empalagoso, alteraciones gramaticales antojadizas, reiteraciones sin un sentido claro o confusas plurivocidades, la vuelven un espacio extraño y ajeno. Ello, conjuntamente con explicar la negativa de muchas editoriales a no publicarla, en el caso de más poemarios de los que quisiera, me parece cierto. Igualmente, considero que es una actitud saludable no convertirse en un lector resignado a que, dicho en sentido amplio, la poesía chilena nueva es toda igual. Sin embargo, con Río revueltode Antonio Duarte, tal gesto de autocuidado ha estado singularmente de más. Me pareció, desde sus primeros poemas, un libro con la medida justa de dispersión e incertidumbre, sostenido por un equilibrio entre la rigurosidad formal y la sorpresa inherente a la vida misma, lo cual lo dota de ciertos tintes engañosos: es un libro que sale del hermético y excluyente “gremio de los poetas”, y puede ser leído y disfrutado por cualquier lector, pero que si tenemos en cuenta su riqueza léxica y alternativas expresivas, es profundo e imaginativo, atravesado de una renovada intención de aprehender la impalpable irrealidad que hay en todo, y que solo quienes son capaces ver conexiones en lo real, que los otros no ven, pueden llevar a cabo de la forma en que Duarte lo ha hecho.

Carlos Roa Hewstone 

Editor Revista Espejo de Agua.