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El primer avistamiento del Toro Blanco¹

… a los que sueñan con los mitos que se realizan

Ricardo Espinoza Lolas

Y el joven Kiko, ese niño de 12 años, el mensajero de El Tabo (Chile), pasó por mi lado, raudamente, y me entregó el mensaje, el del “Viento frío del Mistral”, el mensaje de la finitud que nos constituye; y de esta manera lo que era uno y solitario, como el miserable yo, se volvió alegremente dos: un NosOtros; y el Toro Blanco volvió a emerger en las costas de la actual Fenicia, la gran Palestina … para navegar por mares y tierras generando todo tipo de Barcas del NosOtros.

Te pregunto, gran artista, mi muy estimado Bosco: ¿Sobre qué navegan esos “locos” de tu cuadro? “Sobre la muerte que nos pudre, nos vuelve delirantes y nos lleva al infierno”, dijo el artista. Y, al parecer, ese es el único tema que el animal humano ha intentado escaquear desde miles de años: la muerte, nuestra muerte, mi muerte, tu muerte, sí, tú, el que lee este cuento. ¿Qué nos pasa con la muerte que intentamos desplazarla de nuestras vidas para que no nos dé pánico saber- sentir lo que radicalmente somos? El niño mensajero nos susurra, a la pequeña oreja (a la de Ariadna), la inexorable muerte en su paso por nuestras vidas; y al hacerlo, nuestro cristianismo nos ha vuelto cada vez más enfermos y, por tanto, más nihilistas; y usamos al propio capitalismo que nos hemos creado históricamente para intentar borrar, y si es posible eliminar, de nuestras vidas nuestra radical caducidad… Mientras escribo esto, el Toro Blanco se ríe, no para de hacerlo, no solamente, el muy cabrón lo hace de mí, sino de Uds., de todos…

Tuve que acompañar al niño mensajero de vuelta a El Tabo para que no se perdiera. Yo estaba, como un Neruda enloquecido de su Matilde, en la cumbre del Monte Solaro en la Isla de Capri (a unos 12.029 km de distancia del Litoral de los Poetas chilenos). Él es rápido, pero al acompañarlo tuve que hacerlo construyendo una Barca “para” NosOtros: una Barca “del” NosOtros, pues solamente en ella es como nos podemos desplazar de un lado a otro sobre nuestra mortalidad y en medio del tsunami del capitalismo, colonialismo y patriarcado imperante que todo lo embarga y destruye por saturación y estupidez. Empero para volver al Litoral donde yacen esos tres poetas dionisíacos danzarines que siempre están vivos entre todos (Huidobro, Parra y Neruda) hice escala cerca del volcán Teide, en esa increíble Isla de Tenerife de Canarias. Los guanches, los nativos de la isla, habitaban junto a, bajo de, ese imponente Volcán. Los actuales vulcanólogos ven al Teide como un volcán peligroso, su última erupción fue el 18 de noviembre de 1909. Al ser un volcán poligenético ha tenido varias erupciones en miles de años y, a su vez, va creciendo en vez de empequeñecerse. Esto lo sabían bien los guanches, porque me da la impresión de que le tenían miedo y lo que expresa su nombre “Teide” que nos indica, fuego, infierno, oscuridad, ausencia de luz, me lo testimonia. Ese volcán que todo lo oscurece cuando erupciona, hasta el cielo de la Isla se ennegrece, y lo llena todo de cenizas, fuego, lava, infierno, porque hasta el sol se hunde en él en pleno día, también nos expresa que el mar azul como lo abierto nos lleva hacia la inicial África, al Caribe, a América Latina y a los lugares iniciales en donde todo está aconteciendo y vivo. A Kiko le ha dado miedo el volcán, pero ha amado el viento de la Isla (en especial, el de La Laguna), el mar en su movimiento constante, la luz y las papas con mojo, la gente en su cordialidad y hospitalidad, la multiplicidad en varios detalles desde lo climatológico a sus atuendos diarios de vestidos y acentos peculiares para hablar; desde ahí se escuchaba en Lanzarote las risas de Saramago y, además, se escuchaba a su elefante jugar con nuestra Barca, con NosOtros.

Realizamos, en nuestro viaje de retorno, un descanso por el mar que nos llevaba a El Tabo y la Barco devino, de repente, el majestuoso y minoico Toro Blanco (el que raptó a Europa, el que se folló a Pasifae, el padre del Minotauro, el que Hércules navegó por el Mar Egeo a Micenas); y él, que nos transportaba en su enorme lomo, siempre muy juguetón se hundía por los mares y nos mojábamos por completo, brincaba sobre los islotes, comíamos Caldillo de Congrio en honor a don Pablo (o de algún tipo de anguila) en las islas con diversos vinos de viñas inmemoriales, nos sumergió, el cabronazo Toro, en el hogar de Tetis, ella muy cariñosa nos dio un rico té con canela y algo de tipo alucinógeno para que no nos cansáramos con el largo viaje. Y nos platicó de cosas muy simples que se daban en las profundidades del mar, por ejemplo, no sabía que allí los mensajeros, no eran humanos como Kiko, sino que eran las sirenas. Y la ninfa, muy amiga del Toro, añadía que el mensaje siempre era de sonidos (nada con palabras escritas o dichas que recordar o inscribir en papel), era, ese mensaje, como una cierta frecuencia de onda sonora acuosa y que la interpretación de él dependía desde dónde las ondas llegaban (a la vez también es decisivo saber desde dónde estábamos) y, muy fundamental, repetía Tetis, era el modo en que tales ondas sonoras tocaban al receptor en todo su cuerpo: las sirenas, como ondinas de ríos y lagos europeos, movían las ondas sonoras de agua, las transportaban hacia NosOtros desde las profundidades de los mares abismales. ¿Qué nos señalaban esas ondas? No lo sabemos… pero lo intuimos. El Toro Blanco comió mucho en las profundidades, durmió un poco, bebió como un loco dios cojo y nos dijo, en una lengua extraña a nuestros oídos algo. No lo entendimos, pero creo que expresaba que debíamos seguir ya. Su lengua era minoica, con algo de árabe palestino y un poco de “estilo” a lo Huidobro con sus: “Lalalí

              Io ia

iiio

Ai a i a a i i i i o ia”.

Al salir del mar de modo abrupto, ya en la costa norte chilena, saltamos brutalmente con el Toro, muy alto (nos afirmamos, como pudimos, fuertemente a su lomo) y nos quedamos como a unos 4.200 metros de altura y el volcán Licancabur, con su bella laguna cráter, nos saludaba de forma perezosa desde cerca, pero radiante, a sus 5.920 metros sobre el nivel del mar. Me sentí un poco mareado, en cambio, Kiko a sus 80 años era como “pez en el agua” (nada le afectaba), incluso trasplantado de su riñón quería ponerse a correr por el altiplano tras algún poeta gordo y sardónico que nunca conocería. De entre un camino sinuoso un agradable poeta likan-antay, una especie de Diónysos denisovano, con neandertal y sapiens, nos dijo que NosOtros habíamos llegado en la Barca del dios de la “vida-muerte” desde muy lejos (la Magna Grecia), y que nuestra Barca tenía vides que eran sus mástiles, las cuales expresaban la vida en el movimiento mismo de la navegación por territorios indómitos y mortales (como era lo que pasaba hoy en Gaza). Al señalar esto me di cuenta de que nuestro Toro Blanco caprichoso que no dejaba de bramar su: “¡Evohé! ¡Evohé! ¡Evohé!”, en el largo viaje marino, se nos volvió, de forma repentina, en la Barca del dios bailarín y minoico, palestino; y con esa Barca, cerca del volcán extinto, podíamos ahora poetizar y reflexionar esos lugares esplendentes, altos, de estrellas, de noches claras, de colores, minerales y animales del Bosco; y, de este modo, podemos cantarles a esos lugares, transformarlos, realizarlos en rituales y odas, y con esos utensilios emancipadores llegaríamos desde las alturas de los salares y tierras al Litoral de los tres poetas bailarines vivos en sus muertes (y el Litoral de tantos poetas vivos en sus tumbas que miran hacia el mar), nunca cristianos, pero sí revolucionarios y enamorados y bebedores: siempre dionisíacos.

La Barca, con el niño envejecido y conmigo, atravesó Atacama gracias a la fuerza de los likan-antay (su fortaleza ha realizado lo imposible por cientos de años a esa altura y con ese clima) y poco a poco nos fuimos acercando al Litoral del mar salvaje, de las gaviotas, del declamar creativo y material de los versos que nos tatúan nuestra piel y nos hace devenir en humanos de estos tiempos: NosOtros. Y allí el Parra, el Nicanor, nos atendió en su casa de Las Cruces y nos dio de beber unos poemas muy embriagadores que nos regaló por fin un necesario descanso y, con ello, fuerza para seguir nuestras vidas; Neruda, muy cerca de ahí, en su Isla Negra, nos ofreció la oportunidad de dormir en su gran cama, que mira hacia el mar, para que al despertar, de una siesta, viéramos la madera de nuestras vidas que nos sostiene en nuestro viaje y luego la pudimos tomar de las arenas y con ella, la madera, felices, viajamos a Cartagena a despertar al mago Huidobro que sabía ya de nuestra presencia en el Litoral. Y él, como un Altazor, nos regaló el “ETERFINIFETRE” que permitió a Kiko seguir corriendo por la costa tras un sueño que quiere evitar su radical muerte que se aproxima y a mí, el que escribe este cuento que tú lees, me dio la fuerza para saborear mi propia muerte, por mi corazón débil, en la misma medida que escribo múltiples textos y amo múltiples lugares: en Playa Ancha, en Barcelona y en Polignano a Mare…. Escritura y amor… y contigo, lector, … construyo Barcas… ¡Sí!... Contigo…

¿Me acompañas? ¿Escuchas el latir pausado de mi corazón?

¡Diónysos contra el neurótico!

Polignano a Mare, 2 de julio de 2024

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¹Texto ya publicado en Le Monde diplomatique, pero que aquí tiene nuevos matices para comprender el mito del Toro Blanco y a los poetas…