ANNA BOU JORBA
ANNA BOU JORBA: FORMAS DE LA CREACIÓN, FORMAS DE LOS SENTIDOS
El trabajo literario de la poeta catalana Anna Bou, llama la atención por su versatilidad y las diversas dimensiones en que es capaz de desenvolverse con plena naturalidad. Plural como se nos presenta, es como si se tratase de una serie de raíces sin tronco o centro fijo, y como si en su poesía ninguna de estas dimensiones adquiriese una posición demasiado hegemónica o excesivamente subordinante frente a las otras. Y es, según pienso, este rasgo lo que nos mantiene atentos y expectantes a sus poemas, en un pivotante estado de invariable incertidumbre, ya que con regularidad desconocemos cuáles son los elementos medulares de sus textos, a no ser por algunas escasas líneas de afinidad y contigüidad que van dejando sus versos.
Al leer algunos de sus poemas, me resultó difícil olvidar aquella afirmación presente en la Poética de Aristóteles, acerca de que la poesía es más filosófica que la historia. En el trabajo de Anna observo una asimilación implícita de esta afirmación, así también la aceptación de que no existe ninguna oposición entre ambas ocupaciones, todo ello, enmarcado en un clima lírico y extraño a la vez que onírico. Prueba de ello, es su monumental poema Persépolis: “¿Persépolis cayó?/ Sí. /¿Alejandro Magno la arrasó?/ Sí. /Y no. /Caer de forma tan majestuosa/ no es caer, es levantarse/ hacia dentro”. El poema llama la atención no sólo por su carácter hierático o profundamente existencial, sino ante todo por la forma en que logra captar el acontecimiento de la caída de una ciudad fundante de todo un mundo, como si se tratara de la caída de algo genérico en su estructura más honda, vale decir, como si se tratase de la forma de todo caer en cuanto tal, despojado de todo carácter coyuntural o accesorio. Caer para Anna es, al mismo tiempo una manera de emerger otra cosa, de devenir otro, vale decir, el secreto íntimo de la vida: para que algo surja hay una otredad que debe desaparecer, un caer hacia la interioridad estructural de lo real.
Pero esta poesía no bebe de los abrevaderos metafísicos tradicionales de las filosofías occidentales, ya que se cuida mucho de atragantarse con sus ya sobradamente denunciados yerros al momento de aproximarse al mundo. Exige, por ejemplo, corporalidad, juego, carne y exterioridad al Descartes de Meditaciones metafísicas, confiado en que lo real podía revelársele desde la confortabilidad de su sala de estar, calentado por su célebre chimenea. Escribe, a modo de interpelación, Anna al filósofo: “Por qué no permites que el mundo exterior/ entre por la ventana y se siente en tu regazo./ Por qué no piensas con manos y caderas/ que saben mucho más que todos nosotros”.
El carácter descriptivo, en permanente búsqueda de conexiones en lo real, la transformación de ese mismo “Real”, hablan de una poesía que ha tomado una determinación por privilegiar el nosotros por sobre el yo, o sea, una decisión que nos involucra inversivamente en lo que pone ante sí como tema, asimismo a quienes hace participes de aquello que nos muestra y devela. Esto ubica a la poesía de Anna en un singular lugar intermedio en que la escritura procede de la imaginación, de un ímpetu creativo primario pero, al punto, también de la constatación de que hay un mundo que se manifiesta como fenómeno y que se impone, con su propia fuerza y carácter. El resultado de semejante operación, no es otro que lo material haciéndose alma, las cosas tomando prestado porciones de humanidad o, a la inversa, lo humano penetrando en las cosas, sus transformaciones vitales y su devenir alteridad.
Los límites entre realidad y poesía se han vuelto borrosos, de modo que la opción por una u otra quedan en suspenso y su puesto lo ocupan, transitoriamente, la metáfora y el símbolo. Sin embargo, nada ocurre porque sí en estos textos. Si hay metáfora, ésta se manifiesta de manera que no se aleja de la realidad, antes bien, se coloca a su servicio. Así la guerra intestina, consecuencia de la entraña humana, no se diferencia en nada de la guerra de las ruinas que una iglesia románica mantiene contra el tiempo, a menos que se considere su distancia respecto de las luminarias del espectáculo que las cadenas televisivas e internet realizan sobre la guerra, determinando en ello cuando dicho conflicto comienza o acaba: “El infierno ha bajado/ de los muros cansados/ y ha hecho las maletas/ rumbo a fuegos más prósperos,/ alguna guerra de moda”, nos dice la poeta.
No se trata, en consecuencia, de un arte que se encargue de temáticas allende el arte, puesto que asume que no hay problemas anteriores o independientes del arte, porque tomados en su sentido más profundo, cada cosa comparte alguna relación de sentido con otra. De esta forma, uno de los principales logros que la poesía de Anna consigue es abrirse a la comprensión de la materia oscura y, las más de las veces impenetrable, que es nuestro entorno. Esto, me parece, es de suma importancia, pues, si en su variante existencial su escritura se nos aparece como una forma de reinterpretación o problematización de las formas convencionales de racionalidad filosófica, cuando de lo que se trata es de exteriorizar la interioridad del conjunto de objetos que componen lo que nos rodea, la filosofía se ha vuelto ficción y la poesía lo verdadero. En “Píldora”, lo vemos muy bien ejemplificado: “¿Te sientes desafortunado?/ Pero piensa que de tus huesos/ se pueden extraer reliquias,/ bellos amuletos, botones”.
En Anna, la poesía intenta superar infatigablemente el límite entre lo conocido y lo desconocido, poniendo en todo momento la intuición transformadora por sobre lo aprehensible racionalmente. Pareciera, por momentos, como si en realidad tomase el mundo de las cosas desprovisto de consistencia y que, en realidad no hay un mundo ahí en frente, delante, sino algo siempre distinto del propio mundo, pero en cualquier caso mediado por la transformación no ontológica, sino estética.
Ya que muy rara vez se nos aparecen las cosas como son, estamos, entonces, ante un modo de escritura que no pone un mundo delante, ni lo asume como dado, sino que se haya transida por la intención de crearlo para sí, de forma tal que los objetos y seres a los que alude en sus poemas sólo tienen sentido en las coordenadas que les ha fijado provisionalmente.
Mente y alma son una misma cosa, se disipa toda oscuridad o velo; no hay abismo, ya las aguas se han juntado, pues nunca estuvieron separadas y, si así lo pareció, fue a condición de creer que por un lado había el pensar y por otro el ser, esto es, creer que a lo exterior se debe atribuir un sentido, aun cuando el todo no es sino la totalidad de innumerables relaciones de sentido. Desde esta perspectiva, bien se podría caracterizar la poesía de Anna Bou como la pretensión infinita de captar lo efímero de esa infinitud, no ya desde una posición por fuera de lo infinito, sino inmersa en su fluir relacional múltiple. Por ello, no consiste en una escritura referencial, antes bien, se trata de una forma de entender la literatura como aquello que “es” eso que aprehende, que expresa lo que ella misma crea y en ella emerge y se da a luz a sí mismo: “Sobrevive la imaginación de la piedra,/ el tierno muñón de la torre,/ las humedades de la fe,/ la luz enferma, sobrevive/ la orden mendicante de gatos/ maullando adormecidas parábolas (…)”.
Carlos Roa Hewstone
Santiago, 11 de mayo 2024.